Conversamos con un experto para conocer qué realmente es turismo comunitario y algunos casos de éxito en Colombia
Hablar con Matías Escudero es, simplemente, delicioso. No te dejes confundir por su acento argentino (conoce mejor a Colombia que muchos de nosotros), ni por su estilo bohemio, o por el aroma del mate que normalmente carga consigo. Durante los cinco primeros minutos de conversación, su experiencia y conocimiento en temas de turismo comunitario, turismo de naturaleza y rural, comienza a salir por sus poros.
Conocemos, tras haber sido partícipes de su conexión profunda con comunidades en los territorios, que por medio de este aliado de Tribo, podríamos explicar mejor este concepto del que mucho se habla pero que poco se comprende correctamente.
Matías G. Escudero. Profesional En Turismo – Magister en Ciencias de la Comunicación
Para comenzar nuestra conversación Matías inicia descartando aquello que no es turismo comunitario. No es solo un encadenamiento productivo. No se trata de la aglomeración de prestadores de servicios de una comunidad que buscan incentivar el turismo de un destino. «La gente cree que, por juntarse un grupo de personas a hacer turismo, esto ya lo hace comunitario». Explica que no es un tipo de turismo como lo son el turismo de naturaleza, el turismo cultural o el de descanso, sol y playa. «No es una temática», insiste. Turismo comunitario no se configura, nada más, cuando un turista llega a un destino y vive experiencias con la comunidad, consume su gastronomía o compra artesanías.
Continúa compartiéndonos casos de regiones de Colombia en donde se ufanan de sus procesos de turismo comunitario, pero que en la realidad son la «instrumentalización de la comunidad». Explica que es frecuente encontrarse con operadores de una misma comunidad que prefieren ofrecer planes estandarizados de servicios convencionales en turismo, disfrazados de tipologías comunitarias. Aprovechan en un estilo cautivo los recursos disponibles de los turistas, evitando así, dar oportunidades a otros actores como artistas, transportistas o cocineras locales que, con experiencias auténticas, continúen fortaleciendo su oferta para los visitantes. «Experiencias que en apariencia brindan oportunidades a la comunidad, pero en verdad operan desde la conveniencia individual o de un pequeño segmento de la oferta del destino».
«Turismo comunitario no es cuando los beneficios de un destino quedan solo en la capital del departamento, desconociendo, por ejemplo, los municipios circundantes. Tampoco lo es cuando un actor de la misma comunidad establece una red de trabajo a la que vincula solo algunos prestadores del territorio, pero que al final las oportunidades y los beneficios sólo quedan, si acaso, entre los pocos que hacen parte de ella y sus conexiones políticas o “roscas”. Hay varias «marcas» en Colombia que llegan con bellos discursos de sostenibilidad, de unión, de asociatividad, pero que a la hora de la verdad aterrizan de manera temporal para dejar documentos, certificados e ilusiones que pocas veces se materializa en rentabilidad y mejor bienestar para las comunidades locales. Las necesidades del territorio ahí pasan a un segundo plano».
Comenzamos a indagar entonces en qué prácticas pueden ser consideradas como turismo comunitario, verdaderamente. Matías describe que es una metodología, una estrategia para construir un modelo de turismo, en el que el centro es la común unión entre quienes hacen parte de la actividad turística: los que habitan el destino todos los días y también los que lo visitan. Se configura cuando el turismo está aunado al sentido local, tanto en propósitos, como en cercanía a la realidad del contexto inmediato.
Cuando el centro de una actividad turística es el bien común, sus actores fomentan que la misma comunidad sea quien mantenga, gestione y decida cuál es el uso apropiado de sus bienes, ofreciendo servicios turísticos como parte de la solución para preservar bienes comunes de un territorio, ahí si hablamos de turismo comunitario. Esos bienes «son materiales (grafiti, monumento, etc.) o inmateriales (solidaridad entre los habitantes de ese espacio, su historia, etc.). La base es entender cómo a través del turismo se permite, se fomenta y se facilita que esos bienes, que son comunes, se mantengan».
Ya avanzando en la charla y dejando atrás la incomodidad al pensar en la forma en que se desdibuja el turismo comunitario, Matías comienza a compartirnos varios casos de turismo comunitario que vale la pena destacar.
Inicia con El Retorno, Guaviare. Allí, a través del turismo comunitario, entre la misma comunidad se comenzaron a reconocer. El mismo turismo empezó a ser una estrategia de integración social, un camino para el relacionamiento entre indígenas y campesinos. La gente se comenzó a juntar con la excusa de hacer turismo. Ese contacto entre urbanos, campesinos y quienes viven en el resguardo indígena, hoy es mucho mejor. Comparten espacios en común, se integran y contagian al turista de esa conexión entre lo urbano, lo rural y sus múltiples tradiciones. Han promovido un proceso de interconexión en su territorio para poder desarrollar la actividad turística, conservando, preservando sus costumbres, territorio y relacionamiento.
Otro caso del que nos cuenta Matías es el de la Rana Oophaga lehmanni, especie que solo habita en Anchicayá, Valle del Cauca, y que hoy se conserva junto a su frágil ecosistema, en vía de desaparecer a causa del avance poblacional y productivo en su medio circundante. Así, a través recorridos científicos, de aventura y ecoturismo, se ha sostenido una gestión eficiente de visita y conservación de los espacios donde se encuentra esta rana endémica en vía de extinción.
Finalmente escuchamos otro admirable caso en Siloe (Comuna 20), Cali. «En este barrio, además de su simbólica estrella, visible desde la típica panorámica caleña, cuenta con una cancha de fútbol que ha sido epicentro de importantes iniciativas lideradas por su comunidad. Aquí sus habitantes, a través de torneos relámpago, agendas culturales y encuentros locales, han fortalecido su sistema deportivo, sana recreación e impulso comercial para emprendedores ambulantes. Un beneficio común que mantiene a jóvenes lejos de drogas, conecta diferentes comunidades y propicia oportunidades laborales para habitantes del sector.
Una de las claves para su sostenimiento inter colectivo ha sido la gestión de recursos por medio de bonos comunitarios, a través de los cuales se captan recursos de cada actividad turística, a fin de acondicionar permanente la cancha, el área circundante y a equipamientos como petos, redes, banderines y balones. Estrategias que están encaminadas a evitar aplazamientos en su gestión comunitaria, dando autonomía y dirección a un proceso que continúa cada vez más potente en concepto y acción. El turismo tiene la capacidad para gestionar el desarrollo de sus bienes comunes, desde el reconocimiento local, su aprovechamiento responsable y estrategias de conservación a largo plazo lideradas por su comunidad «¡Esto si es turismo comunitario!».